En 1818, una jovencísima escritora llamada Mary Shelley editaba su primera novela, un oscuro cuento de terror en el que un viejo doctor da vida a una criatura a través de la electricidad. Frankenstein, o el Moderno Prometeo, es considerada de manera unánime como una de las primeras novelas de terror moderno, y supuso la consagración de Shelley con apenas 21 años. Sin embargo, la polémica acompañó a aquel manuscrito desde su aparición. Shelley era esposa de un famoso poeta y editor, sobre el que recayeron sospechas de haber sido el verdadero autor de aquel relato. Los prejuicios machistas impidieron a la escritora disfrutar de un más que merecido éxito, ya que muchos ponían en duda su valía como autora de aquel relato. Lo más interesante de todo es que la madre de la escritora, Mary Wollstonecraft, era una de las primeras figuras feministas de la Historia, una verdadera luchadora por la igualdad. Hace más de dos siglos ya había muchas mujeres reivindicando su lugar en la sociedad, compuesta mayoritariamente por hombrees.
Los prejuicios contra Shelley estaban fundados en la sencilla idea de que una mujer no podía crear algo tan majestuoso y bien escrito. Como si el arte solo estuviera en poder del hombre, ya que era el poseedor de esa capacidad de crear. Esta idea nos puede parecer hoy en día muy retrógrada, pero hasta hace bien poco, muchos la seguían compartiendo. El hecho de que todavía haya mujeres en el mundo de la cultura que sean las primeras en recibir premios habla de cómo estas distinciones siguen estando marcadas por el machismo. El feminismo de Wollstonecraft ha ido cambiando en estos dos siglos, pero la esencia sigue siendo la misma. Se debe pedir igualdad, pero se hace desde una posición de disparidad que en muchas ocasiones provoca terremotos sociales y políticos. Porque las revoluciones pocas veces se dan sin agitar un poco el cotarro. El nuevo feminismo, amparado por Internet y las redes sociales, está siendo también puesto en duda por muchos sectores de la sociedad, que arguyen que no busca la igualdad, sino el sometimiento masculino. Y el sexo es un tema central dentro de este debate.
Una forma de pedir igualdad en todos los ámbitos
La sexualidad ha sido un tema tabú a través de los tiempos, y hasta hace bien poco era considerado algo de lo que no se podía discutir. La religión ha impuesto su moral en este sentido y ha provocado que el sexo se vea como un pecado, a través de la lujuria. En los años 60, ciertos movimientos contraculturales derribaron esa idea, pasando al otro extremo, el del amor libre. El feminismo también formó parte de aquella revolución, y se convirtió en uno de sus puntales básicos.
Por primera vez, la mujer reivindicaba ser dueña de su propia sexualidad, y disponer de su cuerpo y su placer a su antojo, como el hombre llevaba haciendo todo este tiempo. La igualdad también pasaba por decidir sobre su pasión, sobre su deseo. Sobre derribar de una vez esa dicotomía de la puta y la santa, las dos únicas opciones para una mujer en ese momento con respecto a la sexualidad.
La sexualidad, entre la liberación y el tabú
Pocas cosas son más libertarias que luchar por el derecho al placer y al sexo. Porque esta reivindicación está íntimamente ligada a todo lo que somos, a nuestra parte más personal, pero también a la más social. El sexo es un tabú cuando es explícito, pero a la vez se sexualiza todo lo que nos rodea, incluyendo a hombres y mujeres, con especial peso en lo femenino. Las chicas siguen siendo hoy en día miradas como objetos sexuales por la propia sociedad y la cultura, pero a la vez, se les impide vivir de manera explícita su sexualidad. Pasan automáticamente a ser unas descaradas, a ser señaladas por hacer lo mismo que los hombres. Para ellos es lo habitual, para ellas es un delito. Con esta visión hipócrita, el rol de la mujer en la sexualidad se ha mantenido siempre encorsetado.
Por eso en estos tiempos en los que las cosas parecen estar cambiando poco a poco, la sociedad todavía se resiste a admitir ciertas connotaciones sexuales por parte de las chicas. El movimiento feminista está empoderando a esas jóvenes que quieren vivir su vida a su manera, sin hacerle daño a nadie, pero sin reprimir lo que verdaderamente sienten. El nuevo feminismo utiliza el sexo como un arma de empoderamiento, al entender que se trata de algo muy poderoso. Algo que, de hecho, ha pertenecido al hombre durante todo este tiempo, y que ahora puede estar en manos de la mujer, que tiene el privilegio de escoger a sus parejas sexuales.
El dilema de la prostitución
Esa nueva liberación sexual a través del empoderamiento femenino ha sacado a la luz también otros debates intensos, como el de la prostitución. La mujer debe ser libre para utilizar su cuerpo como ella desea, y encontrar el placer a su manera. Pero, ¿y si decide negociar con ello y hacer de su cuerpo y del sexo su forma de vida a través de la prostitución? Desde el principio de los tiempos, este oficio ha existido en prácticamente todas las culturas, incluso en aquellas que lo prohíben tajantemente. El sexo por dinero ha funcionado siempre, pero desde una perspectiva patriarcal. Los hombres han tenido el poder de pagar a mujeres para que se acuesten con ellos, algo que seguramente no conseguirían de otra forma.
De la misma forma que la mujer ha conseguido empoderarse a través de mostrar su sexualidad por voluntad propia, muchas opinan que en el mundo del sexo de pago se puede hacer lo mismo. Estamos de acuerdo en que este tipo de negocio surge de una ética totalmente patriarcal y por lo tanto, contraria a la igualdad. Pero también es cierto que se le puede dar la vuelta a la tortilla, siempre que el poder de decisión recaiga en las manos de la propia chica que se entrega en el sexo. No hablamos de la trata de personas, ni de la esclavitud sexual, sino de la propia decisión de una joven para aprovechar su belleza y ganar dinero con ello. Dentro del feminismo, el debate es tremendamente encarnizado y hay dos posturas muy claras, a favor y en contra de la prostitución.
Libros sobre nuevo feminismo
Dentro de la literatura del nuevo feminismo encontramos absolutamente todo tipo de obras que van desde el humor hasta los sesudos ensayos sociológicos. Títulos como Un Libro Para Ellas, de Bridget Christie, o El Grupo, de Mary McCarthy, son buenos exponentes para empezar a ahondar en esta nueva ola sin perderse demasiado.
El Síndrome de la Impostora, de Elisabeth Cadoche, nos ayuda también a entender mucho mejor esa sensación que a veces tienen las mujeres cuando se empoderan y ocupan lugares que no solían ocupar. Existen obras para todos los gustos, desde novelas gráficas hasta ficción histórica, que ayuda a crear un paisaje mucho más real y extenso sobre la visión de la mujer en el mundo.